Buscando
recuperar el contacto con la naturaleza, que había perdido viviendo en la
ciudad de NY, y tratando de volver a su entorno de la infancia en los campos de
California, la dueña de esta cabaña salió a la búsqueda de “su sitio ideal” y
lo halló en esta propiedad muy sencilla de 1940, rodeada de campo, pero cerca
de la gran ciudad, donde desarrolla su actividad de diseñadora.
En
medio de un silencioso y tranquilo entorno campestre, se levanta esta simple
cabaña de madera oscura, con un interior sorprendentemente luminoso, logrado a
partir de la remoción de las pequeñas ventanas de la sala, las que fueron
reemplazadas por paños vidriados de mayor dimensión, ya que una de las premisas
de sus nuevos propietarios era poder captar desde el interior el magnífico
paisaje campestre, salpicado de casas aisladas en medio de un marco verde, matizado
con coloridos follajes de añosos árboles.
Todo
ese paisaje entra en el interior a través de los ventanales que además conducen
al deck, donde se crea un confortable espacio bajo la pérgola, desde donde
disfrutar los soleados atardeceres.
Su
interior muestra una interesante propuesta donde lo rústico se combina con lo
industrial, alternándose con piezas vintage, pero por sobre todo esto prima la
sencillez y el equilibrio entre los estilos, ya que ninguno prima sobre el
otro. Así conviven en este espacio, muebles de los 40 y 50, lámparas de marcado
acento industrial, al igual que los detalles de piezas metálicas de los baños, o
la antigua cama de hierro del cuarto principal, rústicos muebles de madera como
la mesa de arrime del estar y la isla de la cocina la que se acompaña con
hermosos bancos artesanales hechos en madera.
Cada
detalle tiene su historia, su identidad, todo combinado dentro de ambientes luminosamente
blancos y simples que ayudaron a devolverle a esta antigua casa de campo, vida,
frescura y sobre todo, valor.
Fuente: nytimes
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